CARMEN AVELLANEDA SANTAMARINA. MI MADRE
Alfredo Larguía es mi padre y el de mis hermanos, es el abuelo de mis hijos y el bisabuelo de mis nietos, y hablo en presente, porque al darme el derecho a vivir, aseguró su trascendencia y hoy vive en nosotros, su descendencia. Sin embargo, lo que más le agradezco es haberse elegido con mi madre, Carmen Avellaneda Santamarina.
Y a ella me referiré primero antes de presentar el resumen de las virtudes e inigualables logros de quien me precedió en este sitio. Mi Madre, la de mis hermanos: María Marta, Alejandro, Isabel y Cristina, fue la mejor mujer persona que un hijo pudiera imaginar. Si la hubiéramos podido elegir lo haríamos una y mil veces. Nos amó y cuidó quizás como muchas madres lo hacen. Pero nos dio lo que muy pocas. Nos dio el sentimiento de orgullo de ser, la identidad que crea confianza, la autoestima que nos hizo creativos y responsables, el respeto por los demás que nos hizo solidarios, la riqueza espiritual que nos hizo generosos y la educación necesaria para crecer intelectualmente. Nos dio su confianza que nos hizo seguros para enfrentar los desafíos de la vida y nos demostró con su humildad desde su grandeza, que los méritos propios no deben declamarse y que las virtudes son dones que no deben desperdiciarse.