Cada recién nacido es único e irremplazable. La sociedad, consciente de esta verdad ha respetado y cuidado a través de los tiempos a la mujer y a los niños. Hasta hace apenas pocos años, el trabajo de parto y el parto, fueron acontecimientos familiares compartidos en la comunidad. Tenían lugar en los hogares con la protección y ayuda de otras mujeres que conocían las características de los partos naturales. Muchas veces ese acompañante era la propia madre de la embarazada.
El trabajo de parto transcurría en ese ambiente familiar conocido y protector. La mujer era libre para moverse y para expresarse. Era entonces tranquilizada, estimulada, admirada y amada. El hijo recién nacido era inmediatamente abrazado por su madre y también tranquilizado, estimulado, admirado y amado. Se alimentaba exclusivamente a pecho según demanda, sin horarios, restricciones, complementos o suplementos. El recién nacido transcurría sus primeros días en su casa, con su madre en interacción continua, con su familia en su comunidad.
Sus experiencias eran agradables sin separaciones ni desconocidos a su alrededor. Escuchaba lo que siempre había oído desde el útero de su madre. Ahora también lo veía.